Si, fue un gran error. No solemos cometer muchos cuando viajamos, pues
lo consideramos clave para que los contratiempos en el viaje sean los
mínimos, pero aquel día cometimos uno que nos podía haber salido muy
caro.
Nuestra equivocación se basó en dos malas interpretaciones. Por una parte calculamos que el autocar nos dejaría en Ibarra a las siete de la mañana, y por otra, estábamos convencidos de que era un pueblecito.
Cuando nos dimos cuenta del error, ya era demasiado tarde. Finalmente llegamos a Ibarra, una ciudad en toda regla, a las cuatro de la mañana. Cuando nos vimos en medio de la plaza central, que a aquellas horas estaba completamente desierta, con nuestras dos mochilas y sin saber a donde ir, supimos que éramos las víctimas perfectas para cualquier maleante que a aquellas horas deambulara por allí.
Fueron minutos de desasosiego. No viajábamos con guía, así que tampoco teníamos ni idea de ningún hostal o albergue al que dirigirnos.
El silencio de la noche fue roto por unas risas que a lo lejos se oían, risas que se fueron acercando hacia nosotros. Vimos a unos treinta metros a un par de hombres. Iban con botellas en las manos, y sus pintas indicaban que no eran universitarios en una noche de farra.
Pero el susto duró apenas segundos, porque como enviadas del cielo, un grupo de cuatro señoras maduras doblaron la esquina a cinco metros de nosotros. Allí estaban nuestras salvadoras, acompañadas de un perro que movía la cola alegremente. Nos miraron extrañadas y nos preguntaron qué hacíamos allí a esas horas, y fue cuando les explicamos nuestro error. En aquel momento, los dos borrachos pasaron por delante nuestro. Sus miradas se cruzaron con las de las mujeres, y por momentos vimos, o quisimos ver, que aquellas mujeres ejercieron un poder disuasorio sobre ellos.
Una de las mujeres, la más mayor, se dirigió a nosotros con voz tranquilizadora:
-Vamos a buscar un hostal donde os podáis quedar. No os dejaremos solos, os acompañaremos hasta que lo encontremos.
Caminando con ellas y con el perro, bastaron un par de calles hasta encontrar un lugar decente. Por el camino nos explicaron que habían salido a caminar un ratito. Nuestra incredulidad sobre el hecho de que hubieran elegido ese momento para ir a estirar las piernas, seguramente sería parecida a la que tuvieron ellas al vernos con nuestras dos mochilas, totalmente desorientados, a aquellas horas de la noche.
Finalmente nos despedimos y sólo cuando nos vieron dentro del hostal, fue cuando decidieron marcharse. Aquellas mujeres tan entrañables probablemente nos habían evitado un mal trago.
Ibarra nos sorprendió muy gratamente. Es una ciudad agradable y con una bella arquitectura colonial. El hecho de que no sea muy turística ofrece un ambiente muy distendido. El lugar ofrece bonitos paseos por calles con edificios solemnes. Un par de cafeterías con patio interior y mucho encanto, son los descansos perfectos para coger fuerzas y seguir descubriendo.
Pero lo que no hay que dejar de hacer en Ibarra, es probar su producto más típico: los helados de paila. De muy diversos sabores, su gusto es diferente a un helado normal porque su realización es artesanal y más laboriosa. Por las calles de la ciudad, infinidad de establecimientos lo convierten en su reclamo principal.
Apenas estuvimos un par de días en Ibarra, pero lo cierto es que intentamos aprovecharlos al máximo. Además de recorrer la ciudad, fuimos a la Laguna Yahuarcocha, a pocos kilómetros de ahí. Meteorológicamente el día no acompañó, así que nuestra visita a este precioso entorno no fue todo lo apetecible que hubiera podido ser.
Debíamos marchar de Ibarra, puesto que en nuestra ruta hacia el norte Colombia nos estaba esperando. Pero no nos preocupó demasiado tener que irnos, porque entre los varios apelativos que tiene la ciudad, uno nos pareció muy sugerente: 'Ibarra, la ciudad a la que siempre se vuelve'.
En la plaza Pedro Moncayo
Monumento en la Plaza Pedro Moncayo
Helado de Paila, típico de la zona
Disfrutando de un helado de crema, otra variedad de la zona
Arquitectura colonial de la ciudad
Colorido de un parque de la ciudad
Escultura del Inca Atahualpa
Iglesia de Caranqui
Una paloma reposa en una farola
Fuente: http://lavueltaalmundo.net/viajar/Ecuador/blog/Ibarra-ecuador-viaje
Nuestra equivocación se basó en dos malas interpretaciones. Por una parte calculamos que el autocar nos dejaría en Ibarra a las siete de la mañana, y por otra, estábamos convencidos de que era un pueblecito.
Cuando nos dimos cuenta del error, ya era demasiado tarde. Finalmente llegamos a Ibarra, una ciudad en toda regla, a las cuatro de la mañana. Cuando nos vimos en medio de la plaza central, que a aquellas horas estaba completamente desierta, con nuestras dos mochilas y sin saber a donde ir, supimos que éramos las víctimas perfectas para cualquier maleante que a aquellas horas deambulara por allí.
Fueron minutos de desasosiego. No viajábamos con guía, así que tampoco teníamos ni idea de ningún hostal o albergue al que dirigirnos.
El silencio de la noche fue roto por unas risas que a lo lejos se oían, risas que se fueron acercando hacia nosotros. Vimos a unos treinta metros a un par de hombres. Iban con botellas en las manos, y sus pintas indicaban que no eran universitarios en una noche de farra.
Pero el susto duró apenas segundos, porque como enviadas del cielo, un grupo de cuatro señoras maduras doblaron la esquina a cinco metros de nosotros. Allí estaban nuestras salvadoras, acompañadas de un perro que movía la cola alegremente. Nos miraron extrañadas y nos preguntaron qué hacíamos allí a esas horas, y fue cuando les explicamos nuestro error. En aquel momento, los dos borrachos pasaron por delante nuestro. Sus miradas se cruzaron con las de las mujeres, y por momentos vimos, o quisimos ver, que aquellas mujeres ejercieron un poder disuasorio sobre ellos.
Una de las mujeres, la más mayor, se dirigió a nosotros con voz tranquilizadora:
-Vamos a buscar un hostal donde os podáis quedar. No os dejaremos solos, os acompañaremos hasta que lo encontremos.
Caminando con ellas y con el perro, bastaron un par de calles hasta encontrar un lugar decente. Por el camino nos explicaron que habían salido a caminar un ratito. Nuestra incredulidad sobre el hecho de que hubieran elegido ese momento para ir a estirar las piernas, seguramente sería parecida a la que tuvieron ellas al vernos con nuestras dos mochilas, totalmente desorientados, a aquellas horas de la noche.
Finalmente nos despedimos y sólo cuando nos vieron dentro del hostal, fue cuando decidieron marcharse. Aquellas mujeres tan entrañables probablemente nos habían evitado un mal trago.
Ibarra nos sorprendió muy gratamente. Es una ciudad agradable y con una bella arquitectura colonial. El hecho de que no sea muy turística ofrece un ambiente muy distendido. El lugar ofrece bonitos paseos por calles con edificios solemnes. Un par de cafeterías con patio interior y mucho encanto, son los descansos perfectos para coger fuerzas y seguir descubriendo.
Pero lo que no hay que dejar de hacer en Ibarra, es probar su producto más típico: los helados de paila. De muy diversos sabores, su gusto es diferente a un helado normal porque su realización es artesanal y más laboriosa. Por las calles de la ciudad, infinidad de establecimientos lo convierten en su reclamo principal.
Apenas estuvimos un par de días en Ibarra, pero lo cierto es que intentamos aprovecharlos al máximo. Además de recorrer la ciudad, fuimos a la Laguna Yahuarcocha, a pocos kilómetros de ahí. Meteorológicamente el día no acompañó, así que nuestra visita a este precioso entorno no fue todo lo apetecible que hubiera podido ser.
Debíamos marchar de Ibarra, puesto que en nuestra ruta hacia el norte Colombia nos estaba esperando. Pero no nos preocupó demasiado tener que irnos, porque entre los varios apelativos que tiene la ciudad, uno nos pareció muy sugerente: 'Ibarra, la ciudad a la que siempre se vuelve'.
En la plaza Pedro Moncayo
Monumento en la Plaza Pedro Moncayo
Helado de Paila, típico de la zona
Disfrutando de un helado de crema, otra variedad de la zona
Arquitectura colonial de la ciudad
Colorido de un parque de la ciudad
Escultura del Inca Atahualpa
Iglesia de Caranqui
Una paloma reposa en una farola
Fuente: http://lavueltaalmundo.net/viajar/Ecuador/blog/Ibarra-ecuador-viaje
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